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Quaderna: Ciencia y pensamiento NACIDOS EN LOS AÑOS 50 Y 60. Per Joan Huguet

Los niños nacidos entre 1950 y 1970 pertenecemos a unas generaciones espaciales; también podríamos añadir los niños de los años 70.

Fuimos, al menos es mi caso, y tengo 70 años, unos niños felices. Fuimos niños trabajadores y estudiosos a la vez. Niños respetuosos, niños educados, niños que sabíamos lo que era la autoridad, y no porque nos lo dijeran, sino porque ya lo sabíamos.

A los niños de esta época bastaba una mirada de nuestros padres para saber lo que teníamos que hacer. No pedíamos regalos, nosotros nos los hacíamos. Jugábamos con lo que fuera: con una caña, simulando un caballo; con una caja de cartón o de madera, simulando un carro; con una cuerda, simulando una comba, y un largo etc. Cuando no había nada jugábamos al escondite. Siempre había algo nuevo que inventar.

Se nos agudizaba el sentido de la creatividad. Y lo mejor es que no había juegos de niños y de niñas, salvo el balón de fútbol y la muñeca. No era extraño ver jugar, en un mismo corro, niños y niñas a las canicas, a la comba, a la peonza, a la pelota, no digo al fútbol, a lo que fuera.

Ahora parece que todo este permitido. Nosotros no podíamos decirles a nuestros padres que estábamos aburridos, porque enseguida te daban un trabajo que hacer; ya sea fregar los platos; ya sea barrer la casa; ya sea ir a por leche,… Simplemente no te dejaban estar aburrido.

Cuando ellos hablaban no podías interrumpirles en sus diálogos y mucho menos hacerles un berrinche o contestarles mal, o amenazarles; porque sabías bien lo que te esperaba. Nuestros padres fueron nuestros grandes y mejores maestros, que asumieron directamente nuestra educación; en especial las valores trasmitidos por nuestras madres. No había otra.

Nos inculcaban, que para llegar a ser grandes, como personas, nos lo teníamos que ganar. No era necesario tener títulos ni status, bastaba con ser responsables en lo que hiciéramos y buenas personas. Teníamos que trabajar e intentar ser los mejores en nuestros oficios; o teníamos que estudiar y estudiar duro. No nos dejaban repetir curso. Pero también nos dejaban ser nosotros mismos, siempre dentro un orden; claro.

Sabíamos que para poder salir a jugar teníamos que hacer nuestros deberes escolares y ayudar en la casa; barrer, recoger la mesa, ordenar las cosas,… lo de hacer la cama era otro cantar…, y después salir a jugar y regresar antes de que cayera el sol. No comíamos de capricho ni de menú, pero lo que nuestras madres ponían en la mesa nos sabía a gloria. Éramos millonarios de afecto y unión, pero no lo sabíamos. Teníamos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros amigos. No teníamos preocupaciones, más allá de las obligaciones propias de la niñez en edad preescolar y primaria; porque lo único que nos preocupaba era estudiar, hacer los deberes y jugar.

Es posible que no fuéramos los mejores hijos, pero tampoco los peores. Pero ahora, aunque duela hay que decirlo, si nos hemos convertido en padres y abuelos que en la mayoría de los casos derivamos la mayor parte de nuestra responsabilidad en los maestros; sin darnos cuenta de la importancia de los valores que nosotros recibimos de nuestros progenitores y sin saber que la función principal del maestro es instruir en conocimientos; ya que la educación, desde el punto de vista etimológico y pedagógico, es una responsabilidad de los padres.

En el momento actual lo que estamos haciendo es no dar importancia a valores que deberían ser permanentes, como los de: sacrificio, trabajo, esfuerzo y responsabilidad. Nos es más cómodo renunciar a nuestra responsabilidad, bajo la escusa de que queremos que ellos tengan una vida más cómoda y supuestamente más feliz que la nuestra. Nos hemos convertido en padres y abuelos permisivos. Craso error.

En realidad lo que notamos es que a la generación de los hijos de nuestros hijos los hemos acostumbrado, la gran mayoría, a que se lo demos todo hecho. El ejemplo más claro lo tenemos cuando nuestros hijos o nietos nos quieren llamar la atención en un momento en que estamos haciendo otras cosas, resolviendo el problema entregándoles un móvil para que no molesten. No es de extrañar pues verlos pasar horas y horas en soledad encerrados en sus habitaciones sin control alguno; solo con la compañía del móvil. Es su forma de entretenerse y matar el aburrimiento.

Está generación, ya lo hemos dicho, en la mayoría de los casos no están siendo educados ni por sus padres ni por sus abuelos. Están siendo educados por un aparato, el móvil. Están siendo educados por las modas de la calle. Están siendo educados sólo en la exigencia de derechos y no de obligaciones. Están siendo educados en la exigencia de caprichos, que si no se ven atendidos se transforman, en muchos casos, en agresiones verbales e incluso físicas contra sus progenitores. La culpa no es suya; tampoco digo que sea nuestra. Lo que si digo es que es una responsabilidad de todos nosotros hacer el esfuerzo de recuperar el valor de la educación como ciencia de formación de la “persona” y dar la batalla a la gran maquinaria del consumismo, que ha secuestrado a las recientes generaciones desde un celular, al que solo le venden consumo, placer, violencia e irresponsabilidad.

A pesar de lo dicho, no seamos pesimistas. Solo hace falta que tomemos conciencia de la realidad de hoy e intentar cambiarla; cada uno desde nuestra pequeña y modesta parcela, recuperando el diálogo intrafamiliar y valores permanentes como son: el esfuerzo, el sacrificio, el trabajo, el compromiso, el respecto, la concordia y la responsabilidad. Con reivindicación de derechos, sí, siempre que cada uno de estos derechos reivindicados conlleven en sí mismo la responsabilidad de un deber; de lo contario no estamos ante la reivindicación de un derecho; estamos ante un capricho.

De no hacerlo así, más temprano que tarde tendremos una sociedad aborregada, autómata y manipulable por poderes ocultos que dominan el mundo desde la sombra, y que, por cierto, nadie ha elegido. De ahí que me oponga al refugio fácil de la comodidad con la escusa de: “Es que no podemos hacer nada”.

Nota: Soy consciente de que este comentario puede provocar malestar en algunos de nosotros. No es mi intención molestar a nadie. Solo intento que reflexionemos todos juntos y esta reflexión puede llevarnos a estar desacuerdo con lo aquí expuesto, o simplemente en total desacuerdo, lo importante es la reflexión individual de cada uno de nosotros.

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